Miles de personas desafían al fuerte calor y se congregan en la Puerta del Sol mientras los indignados deciden prolongar el campamento una semana más "como mínimo"
Dos jóvenes concentradas en la madrileña la Puerta del Sol se refrescan esta mañana. EFE
Sol. Sol de justicia. Quizá no la misma que reclaman las miles de personas que este domingo por la mañana se acercaron al kilómetro cero de su descontento desafiando al fuerte calor y que en una asamblea multitudinaria, alzando su brazo a ese mismo sol que les abrasaba, decidieron quedarse como mínimo una semana más en la céntrica plaza madrileña, epicentro del movimiento de los indignados.
La asamblea general y la decisión de prolongar la acampada en la puerta del Sol hasta el próximo domingo mientras el movimiento se organiza y toma más energía, puso el punto final a una mañana en la que la plaza bulló desde primera hora con toda una galería de personajes desparramados de punta a punta de la misma: indignados, turistas, curiosos, monjas, familias con el carrito y el bebé, jóvenes, no tan jóvenes, mayores, ancianos, policías, periodistas y hasta perros...
"Que nadie se desmaye, por favor" Todos sufrían los rigores de Sol, por la falta de espacio y el continuo aviso de que los carteristas estaban tratando de hacer su agosto, y del sol, que a medida que avanzaba la mañana apretaba sus rayos contra el asfalto y le hacía a uno sentirse culpable por desear más una cervecita bien fresquita que la reforma del sistema electoral.
Pero fue gracias a ese sol impenitente que las miles de personas que estaban en la plaza se dieron cuenta de que este movimiento está muy bien organizado por lo que se refiere a la logística y que, además, se preocupa por la gente. Durante la asamblea general de mediodía, a los centenares de personas que tuvieron que sentarse sobre el caliente asfalto no les faltó agua ni protección solar.
A las dos horas de empezar aún no se había cerrado el primer punto del orden del día, si quedarse o levantar el campamento. El procedimiento es largo: empezaron a hablar los representantes de todas y cada una de las comisiones y grupos de trabajo para transmitir lo que se había decidido en las mismas, luego los moderadores y finalmente todo aquel que quisiera hacerlo.
Conclusión: cerca de las dos de la tarde, sudorosos, enrojecidos y hasta hambrientos, se decidió seguir con el campamento y trasladar a las comisiones de los barrios de Madrid el encargo de que hagan propuestas sobre la mejor forma de articular el movimiento, de que éste tenga continuidad. Como dijo alguien, "llamamos a la insolación". La asamblea concitó el mayor interés a partir del mediodía, pero antes, durante y después en Sol hervía la vida. Había mucho mirón, es cierto. Como Adolfo, sesentón, bien vestido, acompañado por otro matrimonio amigo. "Lo malo es que esto puede acabar convirtiéndose en un zoo", se quejaba el señor elegante.
"No se puede decir más con menos palabras" Como contraste, Baldomero, frisando los 70, vecino de la zona, entonaba el clásico: "¡Que no nos representan, que no!" y así se lo hacia saber a voz en grito a su amigo Manolo, que estaba doscientas personas detrás de él. La carcajada fue general. Como general fue la estupefacción de todo aquel que pasaba al lado de una señora con sus sesenta cumplidos, que de rodillas rezaba el rosario con devoción en una esquina de la plaza, a la sombra, eso sí. Cuando terminó, alguien le preguntó: "¿Por qué reza señora?" "Rezo por nosotros". No especificó si con ese "nosotros" se refería a los que poblaban la Puerta del Sol o si era un "nosotros" de parte.
El cartel de Saturno devorando a sus hijos se iba a instalar enfrente de la Casa de Correos, sede del Gobierno de la Comunidad de Madrid presidido por Esperanza Aguirre. A la sombra de ese edificio, ocho policías nacionales miraban con cierta tedio a la gente pasar, conversar, alzar los brazos, aplaudir... Era el único lugar de la plaza donde a mediodía había una sombra generosa. La que proporcionaba el despacho de Aguirre. Para algunos, toda una metáfora de la injusticia del sistema actual. "¡Qué injusticia! Los policías fresquitos y nosotros achicharrándonos al sol", dijo una chica embutida en un vestido negro. "Sí, al sol de la injusticia", respondió su compañero.
Extraído de Público
La asamblea general y la decisión de prolongar la acampada en la puerta del Sol hasta el próximo domingo mientras el movimiento se organiza y toma más energía, puso el punto final a una mañana en la que la plaza bulló desde primera hora con toda una galería de personajes desparramados de punta a punta de la misma: indignados, turistas, curiosos, monjas, familias con el carrito y el bebé, jóvenes, no tan jóvenes, mayores, ancianos, policías, periodistas y hasta perros...
"Que nadie se desmaye, por favor" Todos sufrían los rigores de Sol, por la falta de espacio y el continuo aviso de que los carteristas estaban tratando de hacer su agosto, y del sol, que a medida que avanzaba la mañana apretaba sus rayos contra el asfalto y le hacía a uno sentirse culpable por desear más una cervecita bien fresquita que la reforma del sistema electoral.
Pero fue gracias a ese sol impenitente que las miles de personas que estaban en la plaza se dieron cuenta de que este movimiento está muy bien organizado por lo que se refiere a la logística y que, además, se preocupa por la gente. Durante la asamblea general de mediodía, a los centenares de personas que tuvieron que sentarse sobre el caliente asfalto no les faltó agua ni protección solar.
Las consecuencias del calor
"Que nadie se desmaye, por favor", decía una voluntaria de la comisión de enfermería mientras sus compañeros pasaban entre la gente repartiendo hasta paraguas para poner coto a la canícula. El calor amenazaba con poner de los nervios a más de uno.A las dos horas de empezar aún no se había cerrado el primer punto del orden del día, si quedarse o levantar el campamento. El procedimiento es largo: empezaron a hablar los representantes de todas y cada una de las comisiones y grupos de trabajo para transmitir lo que se había decidido en las mismas, luego los moderadores y finalmente todo aquel que quisiera hacerlo.
Conclusión: cerca de las dos de la tarde, sudorosos, enrojecidos y hasta hambrientos, se decidió seguir con el campamento y trasladar a las comisiones de los barrios de Madrid el encargo de que hagan propuestas sobre la mejor forma de articular el movimiento, de que éste tenga continuidad. Como dijo alguien, "llamamos a la insolación". La asamblea concitó el mayor interés a partir del mediodía, pero antes, durante y después en Sol hervía la vida. Había mucho mirón, es cierto. Como Adolfo, sesentón, bien vestido, acompañado por otro matrimonio amigo. "Lo malo es que esto puede acabar convirtiéndose en un zoo", se quejaba el señor elegante.
"No se puede decir más con menos palabras" Como contraste, Baldomero, frisando los 70, vecino de la zona, entonaba el clásico: "¡Que no nos representan, que no!" y así se lo hacia saber a voz en grito a su amigo Manolo, que estaba doscientas personas detrás de él. La carcajada fue general. Como general fue la estupefacción de todo aquel que pasaba al lado de una señora con sus sesenta cumplidos, que de rodillas rezaba el rosario con devoción en una esquina de la plaza, a la sombra, eso sí. Cuando terminó, alguien le preguntó: "¿Por qué reza señora?" "Rezo por nosotros". No especificó si con ese "nosotros" se refería a los que poblaban la Puerta del Sol o si era un "nosotros" de parte.
Saturno devorando a sus hijos
Diez metros a la izquierda, Belén Díaz, 38 años, ayudaba a una profesora de pintura algo mayor a colocar un enorme cartel de 2x3 metros en el que la profesora había recreado el célebre cuadro de Goya de Saturno devorando a sus hijos. Encima la leyenda: Capital Salvaje. "No se puede decir más con menos palabras", dijo Belén. Diego Maldonado, 37 años, mientras tanto fotografiaba el cartel. No fue el único: las cámaras de fotos abundaban, casi una de cada tres personas tenía una entre las manos.El cartel de Saturno devorando a sus hijos se iba a instalar enfrente de la Casa de Correos, sede del Gobierno de la Comunidad de Madrid presidido por Esperanza Aguirre. A la sombra de ese edificio, ocho policías nacionales miraban con cierta tedio a la gente pasar, conversar, alzar los brazos, aplaudir... Era el único lugar de la plaza donde a mediodía había una sombra generosa. La que proporcionaba el despacho de Aguirre. Para algunos, toda una metáfora de la injusticia del sistema actual. "¡Qué injusticia! Los policías fresquitos y nosotros achicharrándonos al sol", dijo una chica embutida en un vestido negro. "Sí, al sol de la injusticia", respondió su compañero.
Extraído de Público
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