Hemos sido los últimos, pero por fin estamos en la calle –a pesar de una lluvia que debe de estar patrocinando el Deutsche Bank, como mínimo- y, por lo que parece, podríamos llegar algo más lejos que nuestros compañeros griegos, portugueses, franceses, irlandeses… Desde el domingo pasado, multitud de ciudadanos estamos hablando, cara a cara, de lo que “realmente nos importa a los españoles”: la extorsión financiera, pensiones, un futuro gris por llegar, el quebrado estado del bienestar familiar, la manipulación mediática, etc.
Una vez iniciada una dinámica social de este tipo, su desarrollo y desenlace se tornan impredecibles, pero cabría plantearse una serie de cuestiones sobre lo que se puede hacer para que los objetivos fijados sean más alcanzables:
- Es bueno que no exista un partido que lidere este tipo de movilizaciones, lo que contribuye a que sus componentes sean más representativos de la sociedad. Pero tenemos que distinguir entre las redes sociales (en sentido amplio) previas a estos acontecimientos y las resultantes de las concentraciones: la lucha y la protesta de estos días tiene que dar lugar a una suerte de “capital social”, de organizaciones, de foros, de lugares de encuentro formal y regular e incluso, por qué no, de formaciones políticas que trabajen como intermediarias entre los ciudadanos y los actuales poderes públicos. Lo que nos jugamos es el agotamiento de las masas o la salida de las protestas con unas herramientas potentes para influir.
- Las manifestaciones y la participación en estas de cada vez más público provocarán a buen seguro un aumento de la abstención en las municipales de este domingo. Esto producirá a corto plazo un descomunal triunfo del Partido Popular en sitios donde antes no hubiera podido soñarlo. La victoria de la derecha no debe quitar la razón a quien no ha querido aguantar más para soltarlo. El 15-M es el día en el que murieron la “política del miedo” y la del “que viene, que viene”.
- Hay una estructura mediática que no informa lo suficiente de lo que está sucediendo y que da la impresión de una cierta verticalidad; por fin nos damos cuenta de que los cortes de la radio comienzan y terminan donde el editor considera oportuno: por el contrario, los emisores de información a través de Twitter y Facebook permiten elegir entre un montón de testimonios verídicos o exagerados. Escogemos nosotros. De repente no sabemos por dónde informarnos para saber realmente lo que pasa. Estamos participando en el producto de ficción de los medios y en la realidad al mismo tiempo, y por ello sabemos que además de actores somos personas: lo que sucede es más real que lo que había pasado nunca. Se ha caído el telón.
- ¿Qué imagen está obteniendo el espectador-consumidor de los manifestantes? ¿Somos unos “indignados” que esperan que el Gobierno cambie de políticas o bien ciudadanos-activistas que quieren cambiar las cosas desde abajo? Es preciso hacer lo más populares y coherentes posibles los objetivos y los medios para conseguirlos: ¿cómo se puede construir un mecanismo de banca pública en un sistema financiero privado? ¿con qué organizaciones homólogas se va a reivindicar la Tasa Tobin en Europa? ¿cuál es la estructura impositiva que puede reactivar la demanda y la economía? ¿Con qué palabras podemos explicarlo para que lo entienda hasta el que no mira la tele? La asociación de joven indignado-sin propuestas va a ser una de las herramientas más hirientes entre esos tertulianos que van a llenar radios y televisiones de tópicos y mantras, mucho más peligrosos que las porras de la Policía.
- Estamos ante un momento crucial: es el ascenso de nuestra autoestima social. nuestros padres corrieron delante de los grises y escondieron panfletos rojos. Gracias a ellos no tenemos a Don Manuel Fraga de Primer Ministro del Movimiento. Pero la creación de la Unión Europea viene, en el fondo, de una serie de ideas económicas que no se han cuestionado. Esa es nuestra tarea y nuestra justificación como sujeto social: el nivel político en España está por los suelos, pero nuestros dirigentes son también los mercenarios ideales para gestionar los flujos financieros y la vida pública en un mundo en el que se está produciendo una redistribución hacia arriba de la riqueza. Necesitamos otros líderes, pero no debemos apartar la mirada de la Comisión Europea y su Parlamento afín.
- Es el momento de que comencemos a transmitir a los demás lo que llevamos leyendo, desde que comenzó la crisis, en PÚBLICO, en REBELIÓN, en KAOSENLARED, en SISTEMA DIGITAL, SIN PERMISO… Ahora tenemos que comunicarnos con la gente normal, la que ha salido con sus niños a las calles, la que no tiene tiempo de estar todo el día poniendo “me gusta” a un artículo de Vicenç Navarro en Facebook… lo que contienen, en suma, los trabajos de divulgación de los que tanto hemos aprendido. Tenemos que compartir una idea común de qué es la financiarización de la economía, de las transacciones financieras, del neoliberalismo, de la reforma laboral, de la crisis de las pensiones privadas, etc. No se trata de demostrar quién se dio cuenta primero de que todo era un engaño, sino de que el mayor número de gente sepa el por qué y el para qué de ello. En esta protesta, al menos de momento, no debe haber sitio para las élites.
- Tenemos que votar y que se note. Nos quedan UPyD e Izquierda Unida. Los primeros no tienen programa y a los segundos les hace falta un lifting en las formas y en buena parte del contenido. La mayoría de los que no quieren votar a IU ven a la organización como a un partido antiguo y sin soluciones ni propuestas creíbles. ¿Dónde están las caras jóvenes que representen la indignación callejera? No obstante, hay algo que no se les puede reprochar: son los únicos que se han opuesto a las políticas públicas de los últimos treinta años. No olvidemos que muchas de las cosas que en el pasado parecías razonables –Maastricht, por ejemplo hace casi veinte años-, ahora nos caen encima como losas. Igual nos hubieran venido bien unos cuantos escaños rojos más estos últimos diez o quince años…
Lo que queda claro es que ya no somos los mismos de antes. Ya no queremos las mismas caras, ni parecidas, en los carteles electorales. Lo sabíamos, pero no sabíamos que lo sabíamos. A partir de ahora, el cambio se ha puesto en marcha. A ver quién puede detenerlo y de qué forma.
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